Testimonios

Marina Montiel

Alicante, 2018

Yo empecé a tener problemas visuales cuando tenía 6 años. Me dijeron que tenía astigmatismo y me pusieron gafas. Me empecé a creer que mi visión era muy mala y a perder la conexión con mis ojos. Pero decidí no llevarlas y no me las puse. 

A los 18 años, en el examen médico para sacarme el carnet de conducir, me dijeron que tenía, aparte de astigmatismo, hipermetropía y un ojo vago; tenía que llevar gafas. Me hice unas, pero seguí sin ponérmelas, salvo a veces para ir a la Universidad y para conducir.

Pasaron los años y cayó en mis manos un artículo sobre la curación de la vista de manera natural. Busqué el método Bates en Internet y encontré un taller que se hacía en Barcelona. Durante el taller decidí dejar las gafas y utilizar gafas reticulares; empecé a practicar palming, oscilaciones y la conexión con mis ojos. Lo que más me gustó fue reconectar con mi niña interior. Yo siempre pensé, desde pequeña, que las gafas no eran necesarias y que había una solución. 

Mejoré mi visión, lo noté durante el taller y después. En abril de ese año tenía que renovarme el carnet de conducir. En mi interior quería que quedara reflejado que mi visión había mejorado. Yo practicaba mucho porque era algo muy personal y en aquel momento tenía tiempo. Cuando fui a la renovación, se me dijo que podía conducir sin gafas y, hoy en día, estoy libre de gafas. En cuanto al optotipo, si hay muy buena luz, lo veo al 100 por cien.

Considero que he integrado los principios de la visión natural. La clave de todo esto es practicar. Es difícil mantener una rutina y una constancia. Es una decisión personal que está al alcance de quien quiera tomarla.

Xanath Lichy

Francia, 2017

Me volví miope y astigmática antes de los 8 años y he llevado cristales correctores -gafas o lentillas- durante casi treinta años, persuadida de que las cosas no podían ser de otra manera, puesto que mi visión era muy borrosa y yo dependía totalmente de esas “muletas”.

(…) Fue durante unos talleres de relajación cuando oí hablar, por primera vez, de la posibilidad de reeducar los ojos de manera natural (…) Mis ojos ya no soportaban las lentillas, odiaba tener que llevar gafas, pero, sin ayuda, no sabía qué hacer.

(…) A la edad de 35 años empecé a practicar el yoga visual y a prescindir progresivamente de las gafas, luego volví a llevar gafas, pero con menor graduación, varias veces. ¡Qué victoria! Dos años después, podía ver películas subtituladas sin gafas y sólo llevaba gafas para conducir, cosa que sigo haciendo todavía hoy en día. Desde entonces, nunca he dejado de practicar el yoga visual; continúo mejorando mi vista y fortaleciendo mis ojos.

Wolfgang Hätscher-Rosenbauer

Alemania, 2016

Antes de empezar a ir a la escuela yo veía muy bien. Me pusieron gafas el primer curso (…) Cuando terminé la educación secundaria en el instituto, tenía nada menos que 8 dioptrías de miopía y cierto grado de astigmatismo en ambos ojos. (…) supuso todo un alivio poder pasarme a las lentillas en la universidad. (…) Pero al cabo de pocos años empecé a soportar las lentillas cada vez peor y mis facultades visuales continuaron empeorando.

Fue entonces cuando escuché hablar por primera vez a un terapeuta del doctor Bates (…) pero los ejercicios que proponía exigían mucho tiempo (…) así que continué poniéndome las lentillas. Al acercarme ya a la treintena (…) me tomé unos meses sabáticos y viajé a Sri Lanka (…) En cuanto llegué allá, descubrí que era incapaz de soportar las lentillas. (…) Decidí que había que intentarlo.

(…) Me resultaba imposible distinguir los detalles, pero sí podía apreciar el juego de colores y la relajación de la atmósfera. (…) me dediqué a repetir los ejercicios oculares que sugería el libro de Bates y que aún recordaba. Día tras día, mi vista fue mejorando.

(…) Cuando regresé a casa del viaje, (..) no sólo había mejorado notablemente mi agudeza visual (rasgo que he conservado hasta hoy), sino que además había aumentado mi campo de visión y (…) apreciaba mejor los colores, los cambios de intensidad de la luz y la memoria visual

Todo ello ha enriquecido mi vida e influido notablemente en mí.

Janet Goodrich

Estados Unidos, 1985

(…) A la edad de siete años ya me costaba leer la pizarra (…) Pronto acabé por no ser capaz de leer, de jugar a pelota y ni siquiera de lavar los platos sin la ayuda de las gafas.

(…) Durante veinte años mi nariz estuvo cubierta por unas gruesas gafas que corregían mi vista, oscurecida por la miopía y el astigmatismo. Encerrada en una perspectiva truncada de la vida y de mí misma, tenía a menudo la impresión de vivir en un mundo de tonos grises, de dos dimensiones.

Hacía lo que podía para compensar. Salía, me dedicaba al deporte, corría riesgos, tenía aventuras. Sin embargo, vivía con una tensión interior que procuraba esconder a todo el mundo, incluyéndome a mí misma. Los grandes espacios que no me eran familiares me producían una sensación de malestar. Mis ojos hacían grandes esfuerzos para ver a través de mis gruesos cristales. Mi cuello y mis hombros estaban rígidos; sacaba buenas notas en la escuela, pero no estaba satisfecha (…) Mental y físicamente, tenía la impresión de querer liberarme. ¿De qué? Lo ignoraba.

Hoy, todo eso ha cambiado. La depresión ha dejado paso al optimismo. Pinto, escribo, construyo mi vida con entusiasmo. Ya no llevo gafas desde 1969. (…) En cuanto se favorece de nuevo la pulsación natural de la visión -con gafas o sin ellas-, todo el ser se despierta.

Aldous Huxley

El arte de ver, 1942

(…) Mi problema con la vista se debía principalmente a opacidades en la córnea, pero este estado se complicaba con hipermetropía y astigmatismo. Durante varios años, los doctores me aconsejaron leer con ayuda de una poderosa lente de aumento, para después recetarme gafas (…) y pude leer bastante bien (…) Sin embargo, yo experimentaba siempre una sensación de fatiga, y muchas veces fui vencido por un agotamiento físico y mental que sólo podía deberse al esfuerzo ocular. No obstante, tenía que estar agradecido por ver, aunque fuera un poco.

(…) mi capacidad para leer declinaba rápidamente (…) cuando oí hablar de un proceso de reeducación visual y de un maestro que, según decían, lo usaba con excelentes resultados. (…) como las gafas pronto me iban a resultar insuficientes, decidí someterme a una prueba. En un par de meses pude leer sin lentes y, lo que era mejor, sin esfuerzo ni cansancio. (…) También existían signos de que la opacidad de la córnea, que había crecido constantemente durante 25 años, comenzaba a aclararse. Actualmente mi visión, aunque lejos de la normal, es el doble de la que tenía cuando usaba gafas; es decir, antes de haber aprendido “el arte de ver”.